“Feliz cumpleaños, Adán”. En la Universidad de la Tierra, comienza la clausura de un festival que no termina.

San Cristóbal de las Casas, Chiapas. 2 de enero de 2015. Colectivo Radio Zapatista. Siendo las 11:56 de la mañana del 2 de enero de...

San Cristóbal de las Casas, Chiapas. 2 de enero de 2015.
Colectivo Radio Zapatista.

Siendo las 11:56 de la mañana del 2 de enero de 2015, comienzan los dos días de trabajo que clausurarán el Festival Mundial de las Resistencias y las Rebeldías contra el Capitalismo, “donde los de arriba destruyen, los de abajo reconstruimos”. De nuevo los normalistas en primeras filas, cara a cara con sus familias y amigos, o con los rostros impresos de ellos mismos. Un millar de personas saturan el auditorio principal del generoso y autónomo CIDECI-Universidad de la Tierra. Se puede ver la transmisión en vivo en salones aledaños, el comedor, el aula Immanuel Wallerstein. Aquí dentro hay medios libres que se han organizado para cubrirlo todo: video, audio, texto, traducción, publicación y compilación, entrevistas. Una biblioteca en azul nos aloja.

Dentro del auditorio hay cabina para traducción simultánea a los idiomas que se pueda, mesoamericanos y europeos. Vibra un calor inusitado para un enero en San Cristóbal. Se nos entregan datos de asistencia a lo largo de estos días: 1,300 delegadas y delegados del CNI de 28 pueblos y 20 estados de la República Mexicana, 2,904 integrantes de la Sexta (2,168 nacionales de todo el país y 736 internacionales de 42 países).

Por las familias de los normalistas que nos faltan habla primero la señora Berta Nava, madre de Julio César Ramírez Nava, asesinado el 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero. Nos invita a tirar este gobierno “que tanto daño nos hace”. Con voz entrecortada recuerda anécdotas familiares que nos comparte. Antes no dejaba dormir a su hijo. Cuando lo identificó en Iguala sólo dijo “por fin vas a dormir”, aunque para ella “él siempre va a estar vivo”. Insiste en que el gobierno tiene a los muchachos, agradece al Ejército Zapatista de Liberación Nacional que le hayan cedido su lugar y nos asegura que “queremos gente preparada para que no nos sigan pisoteando”.

Mario Cruz es tío de Benjamín Ascencio Cruz, desaparecido. Son hablantes de náhuatl, así que el muchacho entró a la normal rural para “fortalecer su vocabulario” porque “quería conocer las variantes dialectales” de su lengua. Nos dice Mario que el gobierno culpa a la delincuencia organizada del secuestro de los jóvenes, “pero nosotros decimos el gobierno es la delincuencia organizada”.

Bernabé Abraján es padre de Adán Abraján de la Cruz. Nos cuenta que Adán se iba a casar el pasado 20 de diciembre, que tiene “esposa y dos hijos”, un varón de siete años, una niña de dos. Ella no sabe aún lo que ocurrió. Luego se le quiebra la voz para decirnos “hoy es cumpleaños de mi hijo” y deberíamos estarlo festejando. Don Bernabé nos informa que el dolor que vive México no sólo habita Guerrero. Se ha dado cuenta de que es todo México, por eso le suelta un “ya basta” a este gobierno y recupera la voz para exigirle “que nos dejen de estar pisoteando”. Se irá para informarle a su pueblo que todo el país está igual. Nos recuerda a los caídos en Iguala, a los heridos. Aldo sigue en coma. El rostro de Andrés sigue en reconstrucción. Y como el gobierno no lo hace, “nosotros somos los que vamos a hacer justicia” organizados.

Óscar García Hernández es hermano de Abel García Hernández. Se despidió para irse a estudiar y “ya no lo volvimos a ver”, se lamenta. Luego nos cuenta por qué no hemos visto a su madre. “Ella no puede venir porque ella no puede hablar en español”. Son mixtecos. Nos dice que su mamá le pide constantemente que regrese pero él no puede volver sin su hermano, no quiere, prefiere “estar aquí luchando” por encontrar a Abel. Dice que quería ser militar pero ya no quiere. “Yo prefiero ser otra cosa que un militar y desaparecer personas”. Luego nos relata dolores íntimos de su familia dispersa, migrante, desconocida. Hace once años que su madre no habla con otro de sus hermanos. La señora “ya no soporta tanto dolor”. Es demasiado.

Entre las voces de familiares de Ayotzinapa aparece la de un yaqui preso por defender el agua. Mario Luna visita el CIDECI a la distancia. Desde el penal que lo recluye en Sonora se enlaza en audio para decirnos que está limitado en su movilidad, pero que sigue luchando gracias al EZLN y al CNI que siguen firmes, a la Sexta que es “muestra de fortaleza y de vitalidad”. Con voz clara asegura que “estemos donde estemos seguimos firmes en nuestra convicción de estar libres” y “gobernarnos de una forma diferente” porque “cada vez somos más”. Para Ayotzinapa y el festival, lanza un “ánimo, compañeros”, un “seguimos firmes” que difumina los barrotes que nos separan.

Lambertino Cruz retoma las participaciones de Guerrero. Es breve. “Yo no sé hablar”, piensa él. Sus palabras lo contradicen. “A nombre de toda la familia de Ayotzinapa” agradece el apoyo que han recibido y necesitan recibir todavía para encontrar a los muchachos normalistas porque “el gobierno los tiene”.

Omar García habla por los estudiantes. Como alumno y maestro de normales combativas, reconoce la grandeza de la UNITIERRA. Luego nos cuenta lo que les dijo ayer el subcomandante insurgente Moisés cuando los despidió en Oventik, algo “muy interesante”. Los normalistas le dijeron al zapatista que también quieren la autonomía para sus escuelas normales rurales, y “nos dijo: hasta no ver, no creer”.

Casi para terminar este arranque de trabajos, retoma la palabra Bertha Nava. Nos informa que el 14 de diciembre acaba de ser lastimado otro estudiante por policías federales en Guerrero. Lo agredieron, lo patearon, casi lo matan. Sobrevivió porque un policía ya no consideró necesario seguirlo lastimando. Entonces nos pregunta: “Si los federales no tuvieron piedad de él, ¿por qué nosotros lo vamos a tener?”

Cierran las intervenciones integrantes de la Escuela Autónoma Emiliano Zapata que vienen desde la mixteca poblana. Se preguntan “¿qué podemos compartirles?” a quienes tanto saben de lucha. Se responden “lo que somos, lo que seremos”. Un poema y una pintura. En náhuatl y español le hablan a cada quién: “Mañana, cuando muera, no quiero que sufras”, pues “desde el sol te enviaré buenos rayos de luz”. En colores entregan a Tonantzin.

Afuera del auditorio, en los reconfortantes jardines del CIDECI y entre el café caliente y el pan recién horneado siempre presentes, se escucha “soy Alexander Mora Venancio” repetido en distintas voces de hombres, de mujeres. Adentro, comienza la lectura maratónica de las relatorías para compartir lo que se compartió en Xochicuautla, Amilcingo y Monclova. Dentro y fuera de quienes hoy confluimos aquí flota un deseo sincero de “feliz año”, y de “feliz cumpleaños, Adán” para el muchacho ausente.

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