La Indiferencia

Un día más para ustedes en el abismo de la tragedia inconmensurable, frente al dolor de la pérdida, frente a la destrucción, frente a sus muertos.

Un día más para nosotros en el trajín de la rutina, en la vorágine de este día a día urbano que nos transforma, inclemente, en autómatas programables.

Veo tu cara en la primera plana del periódico. Me quedo helada. Siento que no puedo respirar y vuelvo a experimentar esa sensación terrible de que un pedazo de mi corazón se seca, se marchita, se muere.


El encabezado: “Será ‘larga’ la presencia de EU en Haití”. El pie de página: “Un jovencito fue aporreado y detenido luego de ser sorprendido en actos de pillaje”.

Tu cara… Llorosos los ojos, de profundo dolor la mirada; la cabeza ensangrentada,igual que tu ropa roída y vieja.

¿Cuántos años tienes? No importa. ¿Tu delito? Ser pobre, ser negro, ser haitiano y querer vivir a pesar de todo.

Me veo en ti, muchachito. ¿Qué habría hecho yo en tu lugar? Tal vez intentar robar antes que tú; probablemente habría matado a alguien en el intento o estaría muerta yo.

¿Dónde está tu madre, muchachito? ¿Y tu padre? ¿Tienes familia? ¿La has perdido? ¿La tuviste alguna vez?

Volteo a mi alrededor. El vendedor de periódicos continúa con su trabajo. La gente va y viene, camina, corre, vuela, preocupada por sus propios problemas. En unas semanas, tal vez días, el drama de Haití pasará al cajón de objetos olvidados de nuestra inhumana cotidianeidad. La ayuda comenzará a diluirse. Pronto volveremos a olvidar que Haití es el país más pobre de América Latina, que lo ha sido siempre; que el setenta por ciento de su población vive en la miseria; que mucha gente se alimenta de tortas de lodo sazonadas con margarina y sal; que no hay caminos, ni hospitales, ni escuelas buenas y suficientes para la población; que los haitianos no han conocido nunca la paz y la dignidad que todos los humanos merecemos; que fueron esclavos, que lo siguen siendo.

La negación del amor es la indiferencia, muchachito. Yo te miro, te miro, te miro. Existes, me dueles. Regreso a mi casa, cierro la puerta. Y te miro, te miro, te miro. Y comienzo a llorar. Perdona a quienes te golpearon, muchachito, perdónalos… PERDÓNANOS…

(gracias Ana Cristina)