¿Hace cuánto que no miras la luna?

Pido permiso para robarles varios minutos, y espero, no quiero mentirles, que ojalá se conviertan en horas, incluso días, en su pensamiento.

No se preocupen. No voy a hablarles del «MUNDO», ni de la «POLÍTICA», ni de buenos y malos. Nada voy a mencionar de las «CRISIS» que nos asolan y atormentan, ni de la pobreza y el hambre que cae como la noche, eterna noche, sobre una parte del mundo; parte que ya es casi todo el planeta.

Ya no quiero hablarles de México. Creo que no vale la pena hablar de un armatoste podrido hasta sus cimientos por narcotráfico, corrupción e intereses feudales, que se mantiene en pie por el vicio de la costumbre. En espera que una brisa cualquiera lo derrumbe en un estrepitoso cataclismo sobre tantas y tantos.

De por sí ya todos y todas sabemos como está el mundo, y a todos y todas nos cansa, nos hastía que los típicos «iluminados» nos lo sigan recordando. Preferimos intentar ser felices, que ya es una tarea compleja, buscando esas pequeñas cosas que nos alejen, aunque sólo sea unos segundos, de tan desoladora realidad.

— ¿Y de qué nos vas a hablar entonces? — preguntarán a estas alturas entre impacientes y alarmadas (alguno seguro ya desistió).

No desesperen, les voy a contar un cuento.
Por suerte para ustedes ya empecé, y es que me salté el «erase una vez» no vaya a ser que ya esté registrado y esta ocurrencia me salga por un ojo de la cara. El caso es que a estas alturas ya tienen todo el contexto porque el cuento ocurre hoy, en este mismo instante que lees estas letras, en este mismo mundo que parece caerse a pedazos, en esta misma noche (los cuentos deben leerse de noche) que nos arropa y sosiega. Noche con luna y estrellas.

— ¿Hace cuánto que no miras la luna? — preguntaba él a ella.

— La ví ayer — respondió ella.

— No te pregunté cuando la viste por última vez, sino hace cuánto no la mirabas.

A ella le desesperaba tanto o más que él mismo los continuos juegos de palabras, pero él nació persistente y ella persistida.

— No lo recuerdo — murmuró al vacío, como queriendo escapar de una conversación inoportuna.

— ¿Y qué has hecho en este tiempo que no miraste la luna?

Más desesperante se hacía la situación, no por mantener este sin sentido sino porque él siempre parecía ignorar la incomodidad de ella, así que la indignación habló.

— ¿¡A dónde quieres llegar!?

— Esa es justo la pregunta que me hago cuando me detengo a mirar la luna, y la verdad aún no supe contestarla. Me paso los días, las semanas corriendo, haciendo lo que debo hacer y nunca se me pasa por la cabeza a donde quiero llegar. Sólo cuando miro la luna me surge la cuestión, por eso te preguntaba, por si tú también te la hacías.

Ella siempre supo donde quería llegar, el cómo y el cuándo, y a veces, las más, el para qué. Lo que ella no sabía, más bien, no recordaba, es cuándo fue la última vez que miró la luna.

— El tiempo — replicó él — Somos esclavos del tiempo. Siempre corriendo de un lado a otro, no nos damos tiempo para mirar. Y no sabremos dónde vamos a llegar si no nos detenemos a mirar de vez en cuando.

Para cuando él terminaba la frase ella ya llevaba un rato desconectada de la conversación, tenía tantas cosas en la cabeza que lo último que necesitaba era enfrascarse en otra estúpida disyuntiva de él, de esas que nunca llegaban a ningún sitio. Pero él hacía mucho que aprendió a dialogar consigo mismo acompañándola.

— Yo creo que el mundo está como está porque ya no nos damos tiempo para mirarlo. ¿¡Cómo ibamos a permitir que un niño pasara hambre si pudieramos mirarlo a los ojos?!.
— ¡¡Ahi sí!! ¡¡Así se solucionarían todos los problemas!! ¿¿¡¡Verdad!!?? — La voz de ella, indignada y retadora, desgarró la noche, y de pronto todo quedó más oscuro, más callado, más frío.
Él la miraba en silencio, con ternura, como queriendo llegar más allá, dándole el tiempo a la rabia que aún se acomodada en sus labios a que se diluyera.

— Quizás, si sólamente nos dieramos ese tiempo para mirar, nos daríamos cuenta que somos parte del mundo, y que de alguna manera el mundo forma parte de nosotros, que se construye día a día, y que, al igual que una conversación, puede cambiar en cualquier momento dependiendo de nuestra predisposición. Quizás, si sólo nos dieramos el tiempo para mirar.

La noche siguió su camino y encontró al sueño, que se encargó de desvelarla con otras historias hasta que llegó la mañana. Ella soñó las palabras de la noche y al despertar quiso mirar la luna pero ya se había escondido, quien sabe si por tímida o por celosa. Tardó unos segundos en saber que él tampoco estaba, ni estuvo. Que fue un sueño quien lo trajo porque ya hacía que marchó buscando nuevas miradas y tiempo para mirar, y que ahora, él, buscaba nuevas palabras que leídas en unos minutos perduraran horas e incluso días en nuestra mente.

Palabras que nos inviten a mirar la luna y a otras miradas.
Miradas que cambien el mundo

Nershin…