Y de repente ocurre un golpe de estado, y así como ocurren las guerras, donde gracias a los medios acabamos descubriendo que hay guerras buenas y malas, descubrimos que también los golpes de estado tienen esa relativa particularidad de posicionarse entre el bien y el mal. Y muchos números, y muchos datos, y muchas pérdidas, y algunos muertos y heridos… ¿y las personas?
Buscando a las personas uno de los que cuenta se fue para Honduras, y las encontró. Esas personas ni son Zelaya, ni Micheletti, ni Chávez, ni Obama, ni blanco, ni negro, ni rojo, ni azul… son personas que se niegan a que en su lugar, donde ya de por sí había problemas, un grupo decida como se distribuye el poder, y se sirve de militares, policías, leyes y toques de queda para imponerlos.
Personas que deciden salir a la calle para no callar, para expresar su sentir, y que en respuesta a su decisión de no aceptar lo inaceptable reciben la agresión de los que se creen dueños de la verdad.
El contador nos cuenta como las personas se encuentran, se reunen, marchan y llegan hasta un grupo de militares, y como estos cargan contra estas personas que gritan su indignación, y las persiguen kilómetros, y a los que agarran los detienen, los torturan. A los que no alcanzan les disparan y a un hombre a escasos metros del contador, que es español, como si eso realmente importara, le alcanzan en la cabeza.
Y se muere. No es Zelaya, ni Micheletti, ni Chávez, ni Obama, ni blanco, ni negro, ni rojo, ni azul… es persona que se niega a que en su lugar, donde ya de por sí había problemas, un grupo decida como se distribuye el poder, y se sirve de militares y policías que disparan, torturan para convencer.
El contador no se rinde porque las personas siguen, no se rinden, para que un golpe de estado no caiga en la relativa particularidad de posicionarse entre el bien y el mal, que se extienda como una pandemia ya vivida antes, que más balas alcancen cabezas que no callan.
Y que al final, el contar siga implicando mirar a las personas, entender los que los demás llegan a sentir. Que después de tanto «cuento» acabemos involucrándonos.
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