La fase Chiapas es la última parada del Festival Mundial de las Resistencias y las Rebeldías contra el Capitalismo, “donde los de arriba destruyen, los de abajo reconstruimos”, pero se siente más como salida que como llegada. De Oventic a Jovel, miles de personas indignadas ensayan sonrisas nuevas para el año que comienza y el trabajo que falta. Ya sea en el caracol tzotzil-tzeltal o en la Unitierra mestiza, las sillas vacías de estudiantes normalistas están ocupadas por compromisos de articulación en serio. Los brazos de sus familiares en lucha no se cansan de cargar sus fotografías, pero tampoco se cansan de saludar, de abrazar, de aplaudir ideas. Faltan tres días para el noveno aniversario del fallecimiento de la comandanta, dolorosamente anunciado por el Sup Marcos en Tonalá cuando arrancaba la otra campaña. Nueve años y muchos agravios después, la Sexta nacional e internacional se perciben hoy más compañeras que nunca mientras se hermanan con el CNI.
El cambio de año
En Oventic baila hasta la niebla. Sube, baja, vuelve y se aleja. Nos tapa la luna, nos la muestra. Nos oculta de los demás y nos descubre a su antojo. Ella manda, pueblo obedece. Entre miles de bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional de rostro uniformado en negro, cabelleras abundantes o escasas de todos los colores brincotean sobre una cancha de básquet a ritmo de quebraditas, corridos y cumbias hasta llegar a un cover rebelde y cortito de Mi chica de humo. Se le canta mucho al Sup Pedro. Se le baila al maestro Galeano. “Se acaban muy rápido las canciones”, se quejan los bailantes. Burla de mi pueblo, Los neoliberales, Esperanzas del mañana, cualquier letra revolucionaria se disfruta formando trenecitos y víboras de la mar. Todas las edades, muchas lenguas, una sola convicción libertaria. “¿Ya se cansaron?”, preguntan Los originales de San Andrés para picar a su público. La respuesta multitudinaria siempre es “no”. Ya no cabe nadie pero cabe. Todavía no baja el frío. “¿Están contentos?”, inquiere a cada rato el vocalista con pasamontañas. La respuesta siempre es “sí”.
Llegan el frío y el aniversario 21 del alzamiento del EZLN al caracol Resistencia y Rebeldía por la Humanidad. Un 2014 tan luminoso como sombrío le entrega la estafeta a un 2015 que debe estar muy preocupado. En el atropello de reformas estructurales que nos robaron la soberanía nos encontramos. En la tragedia de estudiantes arrebatados nos conocimos. Fuimos hermanadas y articulados a fuerza de crímenes contra la tierra y sus habitantes, mientras los ojos del mundo miraron por fin un México desnudo que los acumuladores se empeñaban en mostrar muy bien vestido. Enterramos y desenterramos al maestro Galeano. Vimos caer y levantarse una escuelita, vimos enojarse un politécnico, renacer una, dos, muchas normales rurales. Vimos postergados los anhelos democráticos de los jóvenes de Hong Kong. El dolor de migrantes, mujeres y estudiantes nos enseñó a contar por arriba de cien mil. Las milpas se nos volvieron fosas y la tecnología nos mostró la decapitación cinematográfica de rehenes arrodillados por el Estado Islámico para que los vieran morir sus madres en alta definición. Supimos cuánto importa la vida de un joven negro en un país que pasó del “I have a dream” al “I have a drone”, como diría un feisbuquero. Perdimos a más de doscientas niñas en una escuela africana y a más de doscientos científicos en un avión asiático. Obama y Castro podrían asolearse sin problemas en Playa Girón. No sabemos. Tal vez lo sepa Francisco. Vimos sangrar a Ucrania, avanzar al ébola, retroceder a Escocia. Quienes podrían luchar en tierras calientes contra el gobierno que los mata optaron por luchar con él, y hoy lo lamentan. La ciudad de la esperanza nos molió a palos y nos encarceló. Nestora Salgado no fue liberada como le correspondía. El “Chapo” Guzmán descansó. La Tuta escapó. Vimos a Palestina rota otra vez. Oímos llorar y pelear al Kurdistán. Pacheco, Gelman y Gordimer se marcharon.
Pero en la alegría de conocernos nos reconocimos, nos reencontramos y rearticulamos. Cesa el baile y comienza la escucha. “El acto cívico” por el aniversario 21 del alzamiento se divide en siete números. Lo conduce ordenadamente una maestra de ceremonias. Honores a las banderas (la mexicana y la zapatista), entonación del himno nacional de México, palabras de Bertha Nava, una madre sin su hijo, palabras de Mario César González, un padre sin su hijo, mensaje del compañero Carlos por el CNI, mensaje del subcomandante insurgente Moisés por el EZLN, himno zapatista. A ritmo de dianas inherentes a estas tierras van llenando estoicos el templete los grupos invitados. Recibirán mensajes de admiración y apoyo. Serán abrazados, verdaderamente, por el zapatismo. El CNI habla con Ayotzinapa: “No están solos. Somos ustedes. Son nosotros”. Toca el turno al EZLN. Bajo lluvia sutil y niebla inconstante, el mensaje del Sup Moi es una bisagra que conecta delicadamente dos años. A diferencia de las balas del 94, en el fondo de la noche que se asoma detrás del vocero rebelde deducimos que ha llegado el 2015 porque retumban cohetones a lo lejos. Aquí todo es silencio y palabra.
La Jovel autónoma
A la mitad del segundo día se despiden los familiares de los jóvenes atacados de Ayotzinapa. Mario César, Bertha y Omar coinciden en su agradecimiento al EZLN por haberles cedido su lugar, y también coinciden en señalar que no merecían ese privilegio, que no lo pidieron, que no es lo suyo el trato preferente, que habrían estado mejor en un rinconcito para que nos acompañara el zapatismo. Pero el zapatismo nos acompaña.
Aprendemos a nombrar en colectivo a nuestro enemigo común: el estado. “Nos tenemos que ir fortalecidos. Tenemos que construir”. El CNI se va fortalecido de regalos para construir. Agradece a Paulina la donación de libros sobre Justicia Autónoma Zapatista, Zona Selva-tzeltal, pero ella redirecciona el agradecimiento a quien se debe, las comunidades que ya se procuran justicia. Los medios libres les preparan discos compactos con información necesaria. Luego se despliega un mapa gigante de México lastimado donde unos talleristas mapean el despojo. La imagen terriblemente hermosa lleva por nombre “29 espejos”. Estos cartógrafos inconformes dicen que preparan otro mapa, el de las resistencias y las rebeldías que será “mucho más complejo”.
Y en adelante, pa’ delante. Las cuatro mil personas que convergieron durante doce días en cinco estados toman acuerdos en plenaria o en parejas, en grupitos, en lo individual. Desde las prisiones, nos han hablado por teléfono y nos han enviado cartas Alejandro Díaz Santis, Mario Luna y Fernando Jiménez Gutiérrez, un combativo yaqui de rudeza norteña que confiesa haber soltado una lágrima sobre el dibujo de un niño de cuatro años adherente de la Sexta. Las meras bases de mero abajo, ésas que tanto querían ver nuestros convocantes, llegaron y trabajaron desde el dolor y la rabia pero ya tienen que irse. A seguir trabajando, claro. Cuando atardece el 3 de enero se van dispersando las voces, se van vaciando los jardines. La calma volverá al CIDECI. Cargamos la chamba en las mochilas. Una amiga que tuvo el privilegio de conocer a la comandanta me contó que Ramona repetía una frase hasta la obsesión. Cinco palabras, con la cuarta alargadita: “Tenemos mucho trabajo. Muuuucho trabajo”.
El inesperado cielo claro que nos concedió jornadas tibias se deja abierto por la noche que nos despide y saluda al mismo tiempo. Una luna plena nos anuncia que se acercan las noches sin ella. Asoma entre cerros justo al momento del discurso final. Bajo su luz resaltan los matices que Ramona pronosticara en su último bordado. Venía trazado en colores y en colores nos define esta guerra continua que vivimos, la que ya no queremos vivir. En morado, tantos golpes. Luchamos en rojo y sangramos. En azul claro, azul maya, azul marino, la vida. Bailamos y cantamos en naranja. La generación que nos releva, en rosa intenso. En un tono indescriptible, el amor. En negro grisáceo, la noche de los presos, de las encarceladas. Nos abrazamos en blanco. En verde y café andamos la tierra. En amarillo maíz somos.
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