Texto: Eugenia Gutiérrez. Colectivo Radio Zapatista.
Fotos: Subversiones
Nos cayó la autonomía, se nos vino encima como la lluvia interminable de una noche que fue buena por rebelde y resistente. Unas mil personas que se autodefinen libres celebran sus experiencias de trabajo independiente en el lienzo charro de una Iztapalapa que hoy quiere volver a ser lago. Este 24 de diciembre de frente frío y mojado nos reúne desde la mañana bajo lonas gigantescas que soportan viento y agua. Amenazan con colapsar cuando nos llega el aguacero por la tarde, pero aguantan. Una pobrecita rata de verdad, sin traje y corbata, se quema mordisqueando un generador de luz y nos deja sin la mitad de la corriente eléctrica desde temprano. Pero los micrófonos necesarios funcionan, así que la etapa chilanga del Festival Mundial de las Resistencias y las Rebeldías contra el Capitalismo, “donde los de arriba destruyen, los de abajo reconstruimos” arranca porque arranca.
Pasado el mediodía se inaugura este festejo de emociones agridulces. En primeras filas se sientan los normalistas que nos faltan. La bienvenida nos la dan Francisco Torrijes, de la Asociación de Charros, y Rosario Hernández, por la Comisión Política Nacional del Frente Popular Francisco Villa Independiente-UNOPII de la Ciudad de México. Por el Congreso Nacional Indígena que nos convoca hablan cuatro voces. Abre Nicolás Suárez, autoridad comunal de una Santa María Ostula botón de muestra del Michoacán tan agraviado. Patricia Moreno habla desde el pueblo wirárika mientras Jesús Romero y Wilfrido Torres lo hacen desde el pueblo guarijía de Sonora. Sus dolores y sus luchas se parecen tanto. Luego nos asfixia el alma un mensaje de padres y madres que vieron morir a sus criaturas en la guardería ABC, también de Sonora, hace cinco años, y que hablan el mismo idioma que los familiares de los jóvenes de Ayotzinapa: “Sabemos lo que es la angustia de la inalcanzable búsqueda de nuestros hijos. Sabemos del dolor de imaginar por lo que pudieron haber pasado”. Nos preguntan: “¿Cómo encarar a un estado que mata a sus héroes y después, con la más vil hipocresía, les rinde homenaje?”. Y nos responden: “Unidad. A fin de cuentas, unidad” porque “nuestros hijos son sus hijos”.
Toca el turno a padres, madres y alumnos de la Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”. Don Mario César agradece antes que nada al Ejército Zapatista de Liberación Nacional por haberles cedido su lugar. Es padre de César Manuel González Hernández. Dice que no sabían de tantas luchas, que hoy saben, que exigen que les devuelvan a sus hijos, que están conscientes ya de muchas injusticias y que se decepcionaron de Enrique Peña Nieto de quien algo esperaban. Doña Hilda, madre de Jorge Antonio Lizapa Legideño, habla muy poco, lo mucho que puede hablar una madre que lleva tres meses buscando a su hijo secuestrado por una policía infame que cobra por cuidarlo. Durante cinco minutos, el maestro Omar García imparte cátedra de lucha y dignidad.
Entonces comienza el festival. Un escenario grandote y otro chiquito se saturan de expresiones culturales diversas. Hay música para gustos varios, de protesta, hip-hop, rap, rock, bolero y punk. Hay danza, canto, poesía, performans. Hay talleres de todo, talleres infantiles y adultos, de barro, de cerámica, de dibujo, de herbolaria, de jabón biodegradable y hasta de mapas. Taller de baños secos y lombricomposta. Hay brincolín, columpios, globos estrella roja zapatistas, títeres y piñata para la generación que nos alecciona. Hay mascotas bientratadas, cine rebelde, salón de tatuajes, cordón para equilibristas. Hay estacionamiento adentro, microbuses afuera, metro aquí cerca, centros comerciales lejísimos y un centenar de puestos para vendimia justa y autónoma gracias al espacio que nos prestan los panchos.
Porque vivos se los llevaron y vivos los queremos, los familiares de los jóvenes heridos, asesinados y desaparecidos de Guerrero pernoctan afuera de la residencia oficial de Los Pinos. Para ellos no hay nochebuena ni navidad ni cena excesiva, impuesta, innecesaria.
El 25 de diciembre nos recibe con un sol compasivo. Hoy nos estorban un rato las chamarras y se desata la capoeira en amarillo, la danza butoh japonesa de cuerpos desnudos en blanco y alcatraces majestuosos, la batucada, el futbol rebelde que enfrenta amistosamente a normalistas de Ayotzinapa con adherentes de la Sexta en un combate honorable, como debieran ser todos. Chalco se impone 2-0 a Ayotzi en una cascarita donde nadie pierde. Se vende “comida buena, sabrosa, limpia y barata”, café orgánico, ponche sin piquete, empanadas de nopal con queso y un universo de golosinas naturales y frutas. Hay tabaco pa’ quien quiera intoxicarse y cosas nutritivas para quienes cuidan su vida. Se consiguen libros de 600 pesos a 60, y libros de 200 a cinco varitos, a diez, a veinte. Hay ropa y artesanías fabricadas en colores que no conocíamos. Un Che Guevara sonríe coqueto en la puerta de un baño de mujeres. A los hombres los recibe Pancho Villa. Las comisiones de limpieza, de seguridad, de hospedaje, de sonido, de registro, de transporte, de medios libres y de alimento para el CNI no se cansan, no nos descuidan. Al calor de este jueves 25 brotan los talleres de huertos frutales, de toallas sanitarias y pañales ecológicos, de chocolate.
“Si tú no has hecho nada… este país te espera…”. La música se proyecta por estos cerritos hoy secos y calientes. “Siembra la semilla de la lucha y la resistencia…” A lo largo del día resuenan por todos lados cantos llenos de propuestas. “Abre los caminos que nos lleven a la libertad…” La gente alcanza para todo. Hay quien vendrá al gran tokín de mañana, hay quien se unirá marchando a la jornada de protestas para exigir justicia para Ayotzinapa este viernes 26. “Pinche policía, no soy un ratero, yo soy un rapero, yo soy grafitero”. Una tonadita rapera de temporada se nos pega en los oídos: “ra-ra-radio, ropopompón, los demandas de mi tierra son latidos de mi corazón”.
La ausencia presente de las comunidades autónomas zapatistas, su ejemplo y su historia, nos acompañan en cada sombra que anoche nos hizo lodo los pies y que hoy nos proyecta al suelo en rayos tibios. Los medios libres trabajan en libertad. La mayoría de los asistentes come y toma de vez en cuando lo que le gusta y puede pagar, lo que se le antoja. Todos platican, todas se encuentran. Unos toman el sol, otras bailan o cantan. “Rabia digna, digna rabia, me da la posibilidad de construir y de soñar…”
Un pellizco plateado nos anuncia que terminan las noches sin luna. Ya se nos esconde el sol otra vez, ya vuelve el frío, pero ni para cuándo nos vamos. Por si acaso, para el poderoso de arriba un recordatorio musical autónomo en colectivo y desde abajo: “No tengo nada, no tengo nada, no tengo nada ni quiero nada de ti…”
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