Por: Eugenia Gutiérrez. Colectivo Radio Zapatista.
San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
7 de mayo de 2015.
Primera parte
Las incansables. Las que nos levantan. Las que transforman cada burla y cada golpe en desafío. Sobre el templete del auditorio de Oventik hace unos días, una mujer de pie nos observa. Es maestra de ceremonias, sostiene su cuadernito de apuntes del programa como si sostuviera a una criatura, no nos dice su nombre, nos mira en silencio durante horas.
En el templete del auditorio de la Unitierra, anoche, tres generaciones de mujeres nos enseñan y nos cuidan. El privilegio de escucharlas presentando ponencia en una universidad como no hay otra. Nada de víctimas que se autocompadecen. Nada de venganzas. Ni pobrecitas de nosotras ni pobres de ustedes.
De entre las luchas feministas en distintas partes del mundo, seis intervenciones abordan la problemática actual provocada por un patriarcado milenario y terco que ha encontrado en el capitalismo su camino mejor pavimentado.
Desde el Kurdistán, una compañera viene a entregar a las zapatistas una bandera para unificar dos luchas reales, completamente radicales. Un saludo para el maestro zapatista Galeano porque “él es nuestro maestro. Lo seguimos”. Un mensaje de Abdulla Öcalan, fundador del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), detenido en 1998, único preso en la isla turca de Imaril. Tanto le temen que lo vigilan mil soldados. Apoyándose en una lucha de décadas, Havin Güneser del Movimiento de Liberación Kurdo nos explica lo fundamental que ha sido la lucha de las mujeres para su resistencia mientras pone el dedo en la llaga: “La esclavitud de las mujeres constituye el origen de todas las formas de esclavitud” y, por tanto, de todos los problemas sociales. Si somos “la primera colonia”, para entender el origen del capitalismo hay que escudriñar el origen del patriarcado. Así de complicado, así de sencillo.
Llevan 40 años tratando de aprender “por qué todos reproducimos al sistema”. Y Öcallan ha propuesto a científicos sociales imaginar una “modernidad democrática”, pues se puede desmantelar el poder con alternativas centrales, locales y regionales que se muevan en lo horizontal y lo vertical, pero en equilibrio. Para hacerlo, hay que construir un “confederalismo democrático” como principio organizativo para una sociedad que sea moral, política, ecológica. Güneser nos cuenta de las presiones que el sistema ejerce todo el tiempo sobre mujeres y hombres. La peor, la ideológica, porque es ahí donde “capital y poder” se unifican. Pero tenemos “deberes intelectuales” y podemos construir “no una forma alternativa de estado sino una alternativa al estado mismo”.
“La imaginación debe ser lo que nos caracteriza”. La lucha kurda lo ha aprendido identificando sus errores, observando con atención las formas reaccionarias con que el capitalismo vive sus cambios, ajustando sus estructuras organizativas, atenta para “no vivir dependiendo de la piedad de otros”. Los pobres de antes se rebelaban. Los de hoy, “sueñan con ganar la lotería”. Desde su experiencia autodefensiva, rebelde, nos exhortan a “romper los muros en nuestra mente” sin dudar, pues “todo lo que ha sido construido por la mano humana puede ser demolido por la mano humana”.
Karla Quiñónez explica en video la problemática de las mujeres migrantes en Nueva York, corazón de piedra del capitalismo. Migrar “es ser un ser humano fantasma” que, siendo mujer, está además acostumbrada a la opresión. Insiste en que hay métodos usados diariamente por el sistema capitalista para acostumbrarnos a esa opresión, para obstaculizar nuestro libre pensamiento, para convencernos de que merecemos ser oprimidas, ¿o de qué otra forma aceptarían las migrantes latinas quedarse encerradas en sus casas, autoencarceladas durante seis o siete años? Karla reconoce fallas organizativas, propuestas como la “descentralización” que no funcionaron, que desembocaron “en un falso autonomismo”, pero nos dice que su grupo de trabajo aprende y cambia construyendo centros competitivos para mujeres que, aún en la mayor de las opresiones, tienen la riqueza de ser “herederas de la lucha de la comunidad” que dejaron atrás.
Desde Argentina, Silvia Federici envía un análisis leído por Paulina Fernández. Federici se concentra en explicar el contexto social y económico en el que el capitalismo se apropia de nuestros cuerpos y de nuestro trabajo. Más de treinta años de reestructuración global de la economía, cuyo pilar ha sido “el ataque sistemático contra los medios más importantes de nuestra reproducción: la tierra, la vivienda, el trabajo asalariado” precarizándonos la vida, trazándonos un futuro terrible porque no se trata de métodos transitorios. “La destrucción de nuestra riqueza común” es parte del plan. Así se diseña una clase trabajadora “sin garantías, sin protecciones, lista para ser trasladada de un lugar otro”. Al expropiarnos la tierra, ya sin arraigo, se nos priva “de los medios básicos de reproducción”. La globalización como historia de afectaciones terribles, como respuesta violentísima a la organización laboral, a las rebeliones de fines del siglo pasado.
Vivimos en el momento histórico de “la guerra interminable” que quiere lucrar con todos nuestros recursos, que nos hace desplazadas y desplazados de la tierra, apretujándonos en ciudades donde nuestra sobrevivencia depende del mercado. En ese contexto analiza Federici la violencia contra las mujeres. Y si vivimos dentro de un esquema que le ha declarado la guerra a la reproducción y a la vida, pues las más afectadas serán las mujeres, sobre todo las más pobres. A esto suma Federici la complicidad de los hombres en casa, “representantes del estado y del capital”. Luego hace un llamado a generar formas propias de combate a estos procesos perfectamente planificados de apropiación de nosotras, formas como las que han desarrollado las comunidades zapatistas.
Por la Red de Feminismos Descoloniales hablan tres mujeres. Mariana Favela lanza una crítica a los conceptos porque los piensa como estructuras rígidas que nos limitan. Nos exhorta a no mirar la historia “como un compendio de fracasos y de derrotas”. En cuanto al capitalismo, propone escarbar en los fundamentos del patriarcado para entenderlo.
Márgara Millán nos habla sobre los procesos por medio de los cuales “se nos impone” el estado actual que vivimos e invita a reflexionar “no sólo para oponernos” sino “para construir algo distinto”, para sobreponernos a las que ella ve como “dos de las contradicciones fatales del capitalismo: su relación con la naturaleza y su impulso al crecimiento infinito y descomunal”.
Coincide con Federici en el análisis de los procesos que llevan a nuestra precarización y al “tráfico de todo lo que se pueda vender”. Nos recuerda que este tiempo nuestro, el presente, “es uno que comparte un mismo y solo espacio”, pero no es unívoco ni homogéneo como nos dice el capital, sino “una eclosión de temporalidades múltiples que hoy emergen y que detienen el impulso de ese tiempo” unívoco. Márgara observa que, desde esa temporalidad arraigada a todo lo que permite la vida y la sobrevivencia, es en el tiempo de las mujeres “donde es más claro y llano que estamos en un tiempo de peligro”. Luego nos invita a despertar de “la creencia de eso ya dado”.
Sylvia Marcos retoma la caracterización teórica que ha hecho de la lucha de las mujeres zapatistas, planteando que lo que distingue su feminismo de otros es, por una parte, la lucha comunitaria al lado de los hombres y, por otro, la afirmación “somos iguales porque somos diferentes”. Cuestiona el empoderamiento que han buscado y buscan otros feminismos. Nos dice que “la realidad no cabe en la teoría” y que “no alcanza la teoría feminista actual” para explicar a las zapatistas.
Segunda parte
Hablan de pie seis mujeres zapatistas, una de ellas, no indígena.
La comandanta Míriam nos lleva a tiempos oscuros de opresión y acasillamiento. La narración de las afrentas que ella y las comunidades tuvieron que soportar antes de 1994 nos acalambra de vergüenza por vivir en un país que permitió eso, por ser parte de eso. Y, para colmo, la herencia, el mal ejemplo, la tentación de ser “el patroncito de la casa” incluso dentro de este movimiento libertario. Las mujeres zapatistas en su casa “como en la cárcel” sólo por ser mujeres, porque “no somos bienvenida en este mundo”. De los niñitos que vivieron la explotación del acasillamiento, Míriam nos cuenta que los patrones los usaban como compañía para sus mascotas, fueran perros o monos. Tenían que andarlos siguiendo, hacer lo que el animal hacía. “Donde va el mono va el niño”. Ocurrió en los días aciagos en que “no tuvimos la libertad”. Hoy la tienen porque la construyeron. Lo sabe un auditorio abarrotado que le aplaude de pie hasta que duelen las manos.
También comandanta, Rosalinda refrenda lo dicho por Míriam. “Es todo cierto. Fuimos maltratadas, humilladas, despreciadas porque nosotras nunca sabíamos si tenemos derecho de organizarse, de participarse, de hacer todos tipos de trabajo”. Rosalinda describe la luz que dejó entrar su rebelión del ’94. “Estábamos todas en la oscuridad, porque no sabíamos nada”, recuerda. Pero sabían pelear y la clandestinidad las fue reclutando una por una y pueblo por pueblo. Se organizaron y a ella la nombraron responsable local. Se fueron formando milicianas e insurgentas. “Cuando ya no aguantaban el maltrato” de “los pinches capitalistas”, se alzaron en armas. “Ahí lo vimos que sí tenemos el valor y la fuerza” igual que los hombres. Hoy Rosalinda es responsable regional y se traslada de comunidad en comunidad para que las mujeres sepan “que sí es necesario que haiga la participación de la mujer” porque “para hacer una revolución, no sólo los hombres. Tiene que hacer entre hombres y mujeres”.
La comandanta Dalia refrenda lo dicho por Rosalinda. Fue en el ’94 cuando “supimos que tenemos el derecho como mujer, donde nos despertamos”. Se organizaron por pueblos y regiones “para una lucha para el bien del pueblo sin que tengamos estudio”. Nos dice que en 1994 tuvieron el valor “de mandar a pelear nuestros esposos, nuestros hijos, nuestras hijas”, sabiendo que enfrentar al enemigo “no es nada fácil, porque bien regresa vivo o muerto”. Sabían “que ellas tenían que tener esa responsabilidad de crecer a nuestros hijos y hijas que quedan”. Ahí, al filo de la muerte, en ese “primer valor de las compañeras” es donde las zapatistas “nos dimos cuenta que pensamos igual que los compañeros hombres”.
Para ser suplenta, nos explica Dalia, hay mucho trabajo previo, muchas reuniones, “visitar pueblos cada poco tiempo para organizar más las compañeras y compañeros”. Es básico educar a la infancia “para que no vayan creciendo nuestros hijos con esa mala idea” del capital y la explotación. Dice que las mujeres zapatistas “ahí vamos haciendo nuestra lucha” a base de paciencia, porque la tienen, porque son los hombres los que “no tienen paciencia”. Su voz se entristece un instante: “Aunque fueron cabrones los compañeros hombres” y “hay algunos cuantos todavía que se ponen cabroncitos, pero ya no son todos”. Luego parece alegrarse cuando nos informa que ya no pasa lo que nos contaba Míriam, pues “las mujeres ya no se quedan humilladas”, se quejan ante las autoridades autónomas. Dalia quiere levantarnos “contagiándonos, pero no de enfermedad sino de buena idea”.
Toca el turno a dos jovencitas, nacidas ya en tierras rebeldes y que participaron en el homenaje al maestro Galeano y a Luis Villoro el pasado 2 de mayo. La compañera base de apoyo Lizbeth, hija del maestro asesinado, habla por esas “jóvenas” que “ya no conocimos lo que es un cacique” ni un patrón y que “todavía tenemos pena de participar”. Luego nos describe los logros de la autonomía zapatista en materia de salud. Ya no hay chiquitos acompañando al mono, ya no hay niñas cuidando mascotas. La generación nacida en libertad cuenta con “ultrasonido, papanicolau, colposcopías, parteras, hueseras, plantas medicinales”. No conocieron las dudas sobre su ser mujeres. La hija sin su padre no titubea cuando asegura: “Sí tenemos el valor de luchar, sí los podemos hacer los trabajos”.
La compañera escucha Selena no es menos contundente. Nos explica detalladamente lo que sucede con la juventud que no aprovecha la televisión para ver algo importante, algo útil e informativo, sino que cae en la trampa capitalista de la distracción. Esto nos recuerda París. Las niñas y los niños pobres de un país rico que han ido cambiando con las décadas, nos dicen sus profes de teatro. Ya no tienen ánimo, ni fuerza, ni entusiasmo. La tele, el celular, el internet, las casas vacías de familia, la automatización de los seres pensantes, la autodesvalorización autoasumida, la violencia capitalista. A contrapelo de esa violencia, de manera organizada y sin que sus familias bajen la guardia, las niñas y los niños zapatistas han experimentado un cambio al revés en las comunidades más pobres de un país pobre. Selena, zapatista, es una joven que usa bien el celular y las teles pero “no para distraernos” sino burlándose del capitalismo. Su generación se ríe de quienes usarían zapatos de tacón en el lodo, también de quienes les llaman pobres y se van de migrantes, pues esos migrantes “son pobres-pobres” porque vuelven de la migración transformados. Su generación declara: “somos pobres, pero ricos de vivir”.
Otra parte
Por último, entran en escena mujeres de otros tiempos. Las primeras insurgentas, las de ayer que son origen de la rebeldía de las mujeres zapatistas. Las de hoy y mañana, generaciones más pequeñas: Toña, Lupita, Estefanía, Defensa Zapatista. Junto con las mujeres presentes a quienes acabamos de escuchar, son mujeres que con sus logros están trazando la derrota de una “hidra” machista infiltrada en la organización, derrota que redacta esta “visión de los vencidos”.
Disfrazado de hombre, sup Galeano nos habla desde la mujer dentro de él, desde una voz colectiva de mujer no indígena que “aún no sabe que es zapatista”. Él dentro de ella, retoma parte de un trabajo de sup Marcos donde la mujer se desgarra en un dilema. A la necesidad natural de abrirles grietas, sin herirlos, a los muros del alma de sus compañeros “machistizados” por el sistema de opresión que quiere definirnos, se suma el imperativo ético de agrietar su propio corazón para responder al desafío zapatista de ser “mejor persona, mejor mujer”, pero “sin dejar de ser lo que eres”. El dilema radica en que la mujer no indígena tiene que lograr que esas grietas no se vuelvan cicatrices, tiene que cargarlas abiertas como lo harían las mujeres zapatistas para responder a la pregunta “¿y tú, qué?” Sobre el amor con que ellas te acercan a su lucha, la mujer no indígena nos grita que “te obliga a que te hagas responsable de ese amor. No te deja ni un pinche rincón donde esconderte. Pinche zapatismo”.
Este feminismo desafiante no es como otros. Nace al filo de la muerte, se pregunta para qué, desde dónde y con quiénes, pero también contra quiénes y cómo. La mujer de pie en el auditorio de Oventik, observadora y cuidadosa, tímida y valiente a la vez, una mujer que podría ser nosotras. Nosotras que no podríamos ser ella. Ante nuestros feminismos urbanos contestatarios y arrojados, tan seguros de lo que merecemos, ésos donde disfrutamos la comodidad de ser incómodas, éste da miedo. Es un feminismo de tiempo completo donde la mujer sabe que no es nada nunca y en ningún lugar, a menos que sea en colectivo, en comunidad, en organización transformadora que lucha por sus derechos y por la liberación de una patria y un planeta. Un feminismo zapatista. Así de sencillo, así de complicado.
El 6 de mayo de 2015, acercándose a las 12:00, quedará en nuestra memoria como una noche en que habló la madre de los bohemios arrebatándoles sus tarros de cerveza y quebrándolos en el suelo, pero a lo lejos porque son sus hijos y no quiere lastimarlos. Una noche que no podría haber sido en otra lucha que no fuera autónoma, rebelde, consciente, y con mucho trabajo aún por delante.
La historia del movimiento kurdo señala que el verdadero logro del capitalismo es hacernos creer que es eterno cuando no lo es, cuando lo eterno es “la libertad y la vida libre”. La historia del movimiento zapatista lo demuestra. ¿Por qué permitir que el patriarcado nos convenza de su eternidad? Lo dicho por las mujeres que enfrentan al Estado Islámico y al capitalismo en el Kurdistán parece dicho por las mujeres que enfrentan al estado mexicano y al capitalismo en Chiapas: “existimos y tenemos el derecho de seguir existiendo”.
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