Por: Eugenia Gutiérrez. Colectivo Radio Zapatista.
San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
6 de mayo de 2015.
Imaginemos la paleta del artista llena de pinturas, cada una de ellas esperando pacientemente a que un pincel la escoja. Imaginemos las notas esperando su turno en el pentagrama, ansiosas porque alguien las acomode en un espacio nuevo. O los pasos de baile quietos todavía, los materiales dormidos en la tierra y listos para ser tallados, las palabras que nadie ha entonado, que nadie ha dicho, no de esa forma. La imagen aún no captada. Todo un mundo de posibilidades constructivas en espera de existir a través del trabajo creativo del pintor, de la actriz, del bailarín, de la cantante, del músico, del escultor, de la escritora, del fotógrafo, de la cineasta. El panorama parece normal, el arte a punto de manifestarse. Pero estamos en el CIDECI-Unitierra y aquí nada es normal.
Miles de personas seguimos reunidas en el seminario “El pensamiento crítico frente a la Hidra capitalista”. Durante días, decenas de ponentes nos han presentado los análisis que generosamente prepararon. La atención y el respeto con que se les escucha tienen su origen en una rabia compartida por cada asistente. En todas las ponencias se informa a detalle de los horrores causados por la voracidad capitalista. Y aunque en muchas se narran experiencias de trabajo que apuntan a un cambio de rumbo, a ratos, la información nos abruma. Esto no está pasando, no puede estar pasando, no puede ser. Pero es. A ratos, nos llega la asfixia. Por fortuna, tenemos tanques de oxígeno mañana y tarde en la palabra zapatista. Y tenemos el arte.
Lo extraño de ese arte que tenemos aquí es la manera en que cada artista trasciende el dolor de los materiales y espacios que esperan su momento de existir. En la paleta del pintor no solamente hay óleos sino sangre, lágrimas y barro cocido en sudor, pero los colores siguen. Las notas musicales suenan a grito, vienen del grito. Pero la cantante y el músico las disfrutan. La actriz y el bailarín se desplazan sobre escenarios incomprensibles y oscuros, llenos de restos humanos que el escultor recopila para sus obras, pero los tres van sonriendo. La escritora busca en el silencio y encuentra en la voz. El fotógrafo y la cineasta podrían optar por no mirar, pero miran.
Y lo más extraño es lo que nace de esos materiales. De lágrimas, gritos, silencios y restos humanos brotan canciones y danzas alegres, murales, coreografías, textos sin miedo, esculturitas, fotos luminosas, videos sin poses, combinaciones estructuradas en una armonía que sólo puede verse en un entorno zapatista. ¿Será porque aquí sabemos que hay otros materiales, otras notas, otros escenarios además de los que vomita esta guerra que no merecemos? ¿Y si no los hay, pues los inventamos? ¿O porque los colectivos de teatro y pintura que andan por aquí se llaman “Tu Madre en Chanclas” o “Colectivo Callejero”?
Ya sea en comunidades indígenas rebeldes o en espacios de encuentro inspirados por su lucha autónoma, durante dos décadas se ha ido forjando en torno del zapatismo una corriente de arte libertario y rebelde, deveras antisistémico y que no hay manera de parar. En horas inmediatamente posteriores a grandes crisis sociales y políticas no es extraño que la creación levante su cabeza de entre las tumbas. Cualquier historiador o historiadora del arte podrían plantear que eso no es nuevo, que en los momentos más dolorosos y más sangrientos siempre se pone de pie el arte con sus creadores, como si en contextos de guerra fuera más urgente la vida para quien la defiende. Pero el arte que surge en el entorno de rebeldía y resistencia zapatista es único porque en él y en sus brazos nadie va a solas.
¿Cómo pintar, cantar o bailar en medio de tanta destrucción? ¿Cómo esculpir los huecos dejados por miles de personas desaparecidas? ¿Cómo escribir algo que no sea violencia? Pues en colectivo. Tamerantong, un grupo de actrices y actores en Francia, le apuestan a un trabajo creativo con niñas y niños de barrios muy pobres que han sostenido durante 25 años. Los pintores callejeros le apuestan a los murales de gestas heroicas contemporáneas, o a exposiciones itinerantes como la que nos pasean por este auditorio en cuyas paredes hay más lunas que en el firmamento.
El Colectivo Callejero opina que, colocarse al lado del zapatismo, “es un acto natural para el artista”. Pero no para cualquier artista, hay que decirlo. Lo que han construido las comunidades zapatistas es “bonitísimo”, nos dice Antonio Gritón, mientras presenta, feliz, la exposición pictórica “Signos y señales” o el mural “Sueño y pesadilla del poder” que Antonio Ramírez pinta en Guadalajara. Dice que son obras de simpatía con el zapatismo y con la Sexta. Lo que no dice es que el simpático es él y este grupo de pintoras y pintores que han aprendido a no soñar la pesadilla capitalista sino el sueño de la autonomía porque trabajan, como él mismo lo explica, “con el amor más feroz”. Las 40 obras que han traído a San Cristóbal no nacieron de la noche a la mañana. Son producto del trabajo organizado y creativo de muchos años de recorrer las calles en protestas y manifestaciones. “Cuando los pintores estamos pintando, pensamos mucho” en lo que sucede alrededor y “en las cosas que queremos hacer”, asegura Antonio. O sea que luchan creando.
Pero eso parece estar ocurriendo todo el tiempo en este seminario. Voz de los Pueblos ya no puede engañarnos. Día tras día nos ha hecho creer que trae apuntes y notas para explicarnos los logros de la autonomía zapatista con todos sus problemas y sus asegunes. La cantidad de historias sencillas y anécdotas cotidianas que extrae de los papeles en sus manos tan morenas nos transportan a mundos nuevos, alternativos y posibles que las comunidades han construido con resistencia y rebeldía organizadas. Pero no son apuntes. Ya lo descubrimos. Él también es un artista que vive en las montañas de Chiapas y que presenta su arte colectivo desde un escenario con más flores que el campo. Lo que trae en las manos son sus fotografías, las que él ha tomado en las comunidades durante treinta años de trabajo, imaginación y lucha interminables, una lucha que se da creando, y lo novedoso de su arte es que nos lo comparte, nos lo explica y nos lo regala con una sinceridad que nos sacude.
El sup Moisés domina un arte que no conocíamos. Es un fotógrafo de otro mundo bien posible.
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