25 de noviembre de 2010. Llueve en San Cristóbal de las Casas, en los Altos de Chiapas, en el sureste mexicano. Aunque no es temporada de lluvias llueve, es lo que tiene el cambio climático y es por lo que en Cancún se reunen por un lado gobernantes y asesores en limosinas y grandes hoteles y organizaciones sociales, comunidades y activistas en campamentos y camiones por otro. El mundo está así.
Con alguna gota todavía desprendiéndose del cielo Margarita sale de su reunión con el representante de la ACNUDH: Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en México (con tantas palabras en mayúsculas y tan poco valorada en este país) y se dispone a ir a tomar un café. Ayer mismo este organismo internacional publicaba un informe titulado: Protección para periodistas y defensores de derechos humanos. Quizá por eso este representante ha querido reunirse hoy con Margarita. Ella se dedica a promover los derechos fundamentales en comunidades campesinas de Chiapas y hace un año sufrió junto a su esposo, Adolfo, y a sus hijos un episodio peligrosamente común en la República mexicana. 20 efectivos de la Policía Estatal Preventiva entraron en su casa con todo lujo de violencia a las tres y media de la mañana, sin orden, sin razón. Dos días después pusieron una denuncia de la que sólo obtuvieron una cascada de amenazas: notas en su casa, al teléfono, a sus hijos, intento de secuestro y agresiones, y ninguna respuesta institucional para encontrar a los responsables.
Así ha pasado un año y Margarita sale de su reunión, desafiando la lluvia y las amenazas, en busca de ese café. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), otra organización internacional con mayúsculas y todo, aconsejó medidas cautelares para la protección de Margarita lo que implica la compañía constante de un policía. Ese policía es el que la acompaña hoy. Primero a la reunión y luego al café. Él se queda en la puerta y ella entra. Después de ese café, necesario para afrontar el riguroso frío de San Cristóbal de las Casas, vuelve a la calle, al desafío constante por trabajar por los derechos humanos en Chiapas, pero el policía que debe acompañarla ya no está. Ni fuera, ni dentro. Desapareció. Margarita agarra entonces calle abajo, sola, en el centro de una de las ciudades turísticas más importantes de México para ser abordada tras unas cuadras por varios hombres a pie y otro sobre una camioneta.
Ahí empieza otro nuevo episodio peligrosamente común en este maravilloso país.
Según el informe de la ACNUDH en los últimos meses se han contabilizado 37 nuevas agresiones contra activistas. Todas justificadas dentro de esta supuesta “guerra” contra el narco, tan falsa y manipulada como lo fue la “terrorífica Influenza H1N1”. Como en el caso de Margarita la mayoría de las agresiones recaen sobre defensores y defensoras de derechos humanos que en su trabajo denuncian abusos, corruptelas e impunidad derivadas de agentes públicos, y no de los “malvados narcotraficantes” que los “valerosos agentes de la ley” combaten incansablemente.
Las horas de suplicio de Margarita, mientras el agente de la ley que la escoltaba se “extraviaba”, terminaron en el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas. Aprovechando un descuido de sus hostigadores consiguió dejarlos atrás y llegó hasta las oficinas del centro de derechos con un mensaje para el director y el equipo del centro. Un mensaje que junto a la agresión directa de Margarita aumenta el número de ataques a activistas en México, con unos agresores con el poder de “extraviar” escoltas, retardar procesos judiciales y retar a organizaciones con muchas mayúsculas pero con poco peso en este país dividido. Pero no como nos quieren hacer creer entre crimen organizado y estado de derecho, sino entre ansias de poder y lucha por la dignidad.
Hoy sigue lloviendo en Chiapas, las agresiones siguen impunes y las amenazas vigentes. Y por mucho que lo deseemos, las organizaciones con muchas palabras y mayúsculas no son suficientes para detener tanta brutalidad. No dejemos sóla a Margarita, ni a Adolfo, ni a aquellos y aquellas que siguen dedicando su vida a luchar por la dignidad de todas y todos.
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