La noche lo cubría todo. Ya no recordaba cuando fue que se puso el sol, y ni siquiera si alguna vez hubo un sol sobre esta tierra que pisaba. Noche negra, sin lunas ni estrellas, sin ruido, salvo el de la lluvia helada sobre el mundo, salvo el chapotear de los pies en el lodo, salvo los jadeos de sus hermanos y hermanas. Toda su familia detrás de él. Sus dieciséis inviernos lo colocaron al frente de esta huida sin rumbo, entre la nada, hacia ningún lugar. Un camino que los alejase del odio, de los disparos, del ansia.
Sus padres detrás, sus hermanas y hermanos gimiendo en su lucha contra el barro, con el frío, por la vida. Y el futuro, como la luz, ya no se miraba en el negro presente que se posaba frente a los ojos, sobre el alma. Un impenetrable presente que no dejaba ver, que no permitía soñar.
Apoyado en un tronco, el entumido cuerpo yacía sin remedio tras horas, días, siglos de persecución. Las manos derrumbadas sin esperanza de asir caían sobre el mundo y los ojos abrumados de tanta barbarie olvidaban cerrarse. Quien sabe cuantos años queden por huir. Atrás ya no hay milpa, ni casa, ni sueños, sólo fuego, disparos y odio maldiciendo. Lucha, gritos, frío, dolor, viento, lluvia, barro… De repente, un destello traspasó el velo de luto de la noche. Casi mágico e inesperado, quizás fruto del cansancio, despertó su alma sollozante. Otro centelleo le sigue, y otro, y otra más y más allá y otro y otro y otro. La tupida noche negra se iluminó con pequeños puntos de luz que oscilaban aquí y allá sin rumbo apagándose en segundos. Minúsculas lucecitas que danzaban festejando la noche, burlándose de las insondables tinieblas. Como si supieran algo que nadie sabía, como si la lóbrega realidad reinante fuera un sueño donde lo único real fueran sus fugaces brillos.
–Son luciérnagas. — le dijo su madre. — Nos quieren recordar en estos momentos oscuros que la luz, a pesar de todo, existe en este mundo y que tarde o temprano llegará, sólo hay que ser paciente y perseverar.
16 años después acabó la huida, pero no el miedo, las mentiras, la indolente soberbia. Las tinieblas vuelven a ahuyentar al padre sol y de nuevo los gritos, los disparos y el odio son jaleados desde la tribuna. La paciencia y la perseverancia hicieron del joven un adulto, y ya no son dieciséis inviernos los que lo colocan al frente sino la decisión colectiva de las comunidades. Ahora manda obedeciendo y mira a su hijo, joven hijo que mira a ese futuro con la duda y el miedo del que creció bajo el cuidado del padre y del sol. Las miradas se encuentran en una: la del joven confundida y angustiada, la del adulto paciente y segura, y entonces es la palabra que habla:
— Ya vuelve la noche negra hijo mío. Ya la vivimos antes pero ésta es distinta. No es sólo una larga noche para nosotros, ahora es para todos en todos los lugares. Es hora de preparar un viaje, una lucha, una paciente espera donde no sólo seremos Abejas, también tendremos que ser luciérnagas. Donde nuestro ejemplo y camino sea una de las muchas pequeñas luces que iluminen la noche a tantas y tantos otros. Que les recuerde que también esta oscuridad pasará.
Sólo hay que ser paciente y perseverar.
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