Las pequeñas cosas

La noche cayó sin darme cuenta, y aunque la oscuridad y el frío paracían haberlo invadido todo, el resplandor de la vela que se acercaba desde la otra recámara me advertía que la noche sólo acababa de llegar.


Me percaté sorprendido que había pasado la tarde leyendo y que en nada aproveché la débil luz que el sol de noviembre nos regalaba para preparar las duras y eternas noches. Perdido en nuevos reproches y lamentaciones ignoré como la llama cruzaba la sala, descendía hasta el suelo junto al hueco que hacía de chimenea y se detenía. El roce de los troncos y ramitas apilándose juntos se me antojo aún como parte de la banda sonora de mis reflexiones y no fue hasta que una voz, su voz, esculpida en los años, resonó en el espacio, que comprendí que no estaba todo perdido, que aún había esperanza.

– ¿Vas a querer una taza de café?

– Sí.

Acerté a decir con un torpe silbido mientras la autonomía de mi cuerpo se liberaba del mundo mental que la retenía.

– Imagino que debe gustarte el frío y la penumbra.

Sonreía mientras acomodaba lo que sería un cálido fuego, que no haría que amaneciera antes pero mitigaría el tiempo hasta entonces.

Me dispuse a ayudar pero sólo acerté a ponerme en pie y acercarme a él. ¿Por qué cuando más urgente se hace la acción, más excusas, más bloqueos, más necedad se aprestan?

La vela volvió a levantar el vuelo, y con un ágil movimiento se introdujo bajo la estructura de troncos y ramitas. Poco a poco, entre crujidos y explosiones un nido de llamitas fue creciendo abriendo un pequeño paréntesis de luz dentro de la noche. Y ahí estaba la olla con el agua preparada para calentarse soñando ser café y ahí su cara, ahí las arrugas que la felicidad le legó para que enriquecieran su mirada, aquella que en su reflejo guardaba un fuego recién prendido. Un fuego más allá del que ahora nos acariciaba cálidamente la piel.

– La noche es el menor de los males – dijo quién sabe si a mí, al fuego o a nadie. – La mentira que acecha en estas noches de noviembre, que aprovecha el frío y el miedo de nuestros corazones, que busca por todos sus medios alcanzar su ansia, su ansiedad. Es lo que nos debe ocupar. No por temerle como a veces tememos a la oscuridad, sino para no dejar de hacer las pequeñas cosas que nos permitan abrir los paréntesis necesarios para llegar a un nuevo amanecer.

La noche siguió su curso y el café y el fuego su cometido. Y sus palabras, esculpidas en la experiencia, resonaron no sólo en esa noche, sino en todas aquellas en las que la mentira se esconde para amenazar nuestros sueños.

Un cuento para decir lo que siendo realidad se suma a la enorme lista de injusticias que este mundo padece. El gobernador de Chiapas, en México, abandera toda una campaña de desprestigio y criminalización de los movimientos sociales, organizaciones y personas que luchan por un mundo mejor. El Tribunal de Justicia del Estado (otro órgano cooptado por intereses y corrupción) hizo público un documento donde acusa a campesinos de terrorismo, a la Diócesis de San Cristobal y a organizaciones de Derechos Humanos de tráfico de armas, droga y personas. Les acusa de crear un ambiente de violencia para desestabilizar a su gobierno y al de México y de la preparación de un levantamiento armado para el próximo año.

Nada dice de sus planes de desarrollo que implican la venta de suelo que ahora está en manos de campesinos, organizados, que cuentan con el apoyo de la diócesis y de organizaciones sociales para hacer valer sus derechos y que no quieren vender la tierra, no dice nada de la concesiones multimillonarias a grandes empresas mineras, nada dice de sus proyectos ecoturísticos que convertirían la tierra de la que viven miles de familias campesinas e indígenas en negocios gestionados por grandes consorcios hoteleros.

Mucho dinero para asegurarlo sólo con mentiras. Mentiras sólo para preparar un escenario donde emplear la tercera parte del ejército mexicano, desplegado hoy en Chiapas, la extensa estructura policial (armada como militares) y el relanzamiento de grupos paramilitares en las comunidades.

No dejemos de hacer las pequeñas cosas que nos permitan abrir los parentesis necesarios, los espacios necesarios para que la mentira que en esta noche oscura recién empieza nos permitan llegar a un nuevo amanecer